jueves, 17 de marzo de 2011

17 de marzo de 2011

Ayer por la noche hemos tenido la última reunión con el grupo de personas más bien adultas que se preparan par confirmarse este año junto con los chicos que vienen teniendo ya tres años de catequesis. Realmente es importante que estén ilusuonados, y lo están, en confirmarse, pero la confirmación no es una meta, sino un punto de partida. Si todo termina con la confirmación, es casi como si hubiéramos perdido el tiempo. Siguiendo el pasaje de los discípulos de Emaús, considerábamos que el cristiano adulto comprometido es el que encuentra a Jesús resucitado y ya no se aparta de él. Los discípulos de Emaus cuando les salió al encuentro, mientras iban de camino, no habían caído en la cuenta de que era Jesús mismo quien les hablaba. Probablemente más de uno de los que se han apuntado para confirmarse no había caído en la cuenta que es Jesús quien ha salido a su encuentro. Ellos venían desilusionados por la muerte de Jesús, pero Jesús (ellos no sabían que era él) empezó a explicarles lo que se decía en las Sagradas Escrituras acerca de la muerte y resurrección del Mesías y entonces empezaron a sentirse mejor, gracias a la Palabra de Dios. Al llegar a casa lo reconcieron al partir el pan. Esto es, al celebrar la Eucaristía, momento en que desapreció físicamente. En la palabra de Dios y en la Eucaristía encontranos a Jesús. Pero los de Emaús lo encontraron porque al llegar al pueblo lo invitaron a cenar. Si no huieran tenido hospitalidad para con aquel caminante, hubiera pasado de largo. También nosotros encontramos a Jesús en el hermano. Finalmente, llenos de alegría, fueron a anunciar a los demás que habían visto a Jesús. El confirmado no sólo descubre a Jesús sino que se esfuerza en anunciarlo a los demás, sobre todo con su testimonio de vida, con su ejemplo.

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